jueves, 10 de mayo de 2018

Y el cielo de Madrid se puede tocar subiendo a la terraza de la 7ª planta del Círculo de Bellas Artes por la escalera de mármol.

Sobre todo con la poesía de la escritora canaria Candelaria Villavicencio, de paso por Madrid con la idea de ver y respirar la belleza de la ciudad a través de los ojos de un escritor. Una de las cosas buenas de Madrid es que puede recorrerse andando, además despacio, muy despacio, que es la única forma en la que me gusta caminar. Porque además la poesía puede terminar en la Casa Encendida -uno de los grandes centros culturales de Madrid-, con la presentación del libro "La casa grande" (Bartleby) de Rosana Acquaroni. Hace unos años Rosana estuvo un par de veces en mi tertulia. Ahora ha publicado un libro de poemas sobre su madre, uno de esos libros que a veces tenemos que escribir los escritores para entendernos y entender el mundo que nos rodea.

Mientras anochecía por el Paseo del Prado podía respirarse el aire puro e inmaculado del Jardín Botánico y el Retiro. En Madrid no hay mar, ni apenas río, pero corre la brisa de la memoria y la literatura. Como digo en mi novela "Vivir es ver pasar" (1997), en la página 11: "Madrid siempre está a la espera. Suele vestirse de otoño para representar su papel de amante ideal. Es cuando observamos cómo la niebla del alba nos hace el río más ancho, más caudaloso, "más mayor". Madrid al amanecer, de escarcha, ciudad sonámbula. Madrid en otoño abrigada de melancolía. Madrid ilusionada con su príncipe azul, en el instante en que alguien certifica el nacimiento del amor verdadero o de la princesa azul. A César Figueroa siempre le ha gustado pasear en el abrigo de su mediana estatura por el Paseo del Prado, por Recoletos, a la busca de las criadas y barquilleros de Chueca, de las carrozas de colores del rococó tardío, de las damas embozadas llenas de misas y de amores imposibles. Los besos que más le han sabido a gloria son los que ha regalado en esa ancha calle, en ese río inexistente, por mágico o subterráneo. También los que nunca ha dado, tal vez por timidez o porque ellas le querían menos cerebral, menos judío neoyorquino y más necesitado y más río".



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