jueves, 17 de mayo de 2018

De paseo por Cornish, New Hampshire.

"Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí, y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no tengo ganas de contarles nada de eso. Primero porque es una lata, y, segundo, porque a mis padres les daría un ataque si yo me pusiera aquí a hablarles de su vida privada. Para esas cosas son muy especiales, sobre todo mi padre. Son buena gente, no digo que no, pero a quisquillosos no hay quien les gane. Además, no crean que voy a contarles mi autobiografía con pelos y señales. Sólo voy a hablarles de una cosa de locos que me pasó durante las Navidades pasadas, antes de que me quedara tan débil que tuvieran que mandarme aquí a reponerme un poco. A D.B. tampoco le he contado más, y eso que es mi hermano. Vive en Hollywood. Como no está muy lejos de este antro, suele venir a verme casi todos los fines de semana. El será quien me lleve a casa cuando salga de de aquí, quizá el mes próximo. Acaba de comprarse un Jaguar, uno de esos cacharros ingleses que se ponen en las doscientas millas por hora como si nada. Cerca de cuatro mil dólares le ha costado. Ahora está forrado el tío. Por si no saben quién es, les diré que ha escrito El pececillo secreto, que es un libro de cuentos fenomenal. El mejor de todos es el que se llama igual que el libro. Trata de un niño que tiene un pez y no se lo deja ver a nadie porque se lo ha comprado con su dinero. Es una historia estupenda. Ahora D.B. está en Hollywood prostituyéndose. Si hay algo que odio en el mundo es el cine. Ni me lo nombren".

Así comienza "El guardián entre el centeno", de J. D. Salinger (1919-2010). Fue publicado el año 1951 y durante mucho tiempo ha sido el libro más prohibido y a la vez estudiado en los institutos de EE.UU. Se considera la gran novela de "aprendizaje" del siglo XX que tantos adolescentes han leído. Aun así lo que la convierte en una buena novela es el lenguaje, como ocurre siempre, y no porque introduzca el registro coloquial en la literatura americana de posguerra, sino porque utiliza un estilo natural, fresco y urbano que esconde un gran trabajo de artificio idiomático. Salinger inventa ese arquetipo para los restos. O dicho de otra forma, a veces la literatura es más real que la propia vida.

(Las fotos son de Salinger y su casa de Cornish, New Hampshire, cerca de Boston, que he visitado. Es donde se refugió tantos años de los lectores y la prensa tras el éxito de su novela. Junto al enorme Thomas Pynchon, tal vez el mayor escritor norteamericano del siglo XX, Salinger siempre pensó que su vida privada solo era cosa suya).


No hay comentarios:

Publicar un comentario