jueves, 21 de julio de 2016

En el estudio del pintor Antonio Zaballos.

Hay algo mágico en el hecho de pasar la noche en el estudio de un pintor. Estás rodeado de fantasmas, casi a punto de meterte en sueños en uno de los cuadros. Recuerdo dos películas que hablan del proceso creativo de pintar un cuadro, "El sol del membrillo" (1992), de Víctor Erice, mi director español preferido, y "La bella mentirosa" (1991), de Jacques Rivette. En el caso de Erice estamos ante la historia de un artista (Antonio López) que trata de pintar, durante la época de maduración de sus frutos, un árbol —un membrillero— que hace tiempo plantó en el jardín de la casa que ahora le sirve de estudio. A lo largo de su vida, casi como una necesidad, el pintor ha trabajado sobre el mismo tema en muchas ocasiones. Cada año, con la llegada del otoño, esa necesidad se renueva. Lo que el artista no ha hecho nunca en su pintura del árbol es introducir entre sus hojas los rayos del sol (algo muy habitual en la forma de pintar de Antonio Zaballos). En la película de Rivette, Nicholas, un joven artista parisino, viaja con su novia Marianne a un pequeño pueblo de provincias para visitar a Edouard Frenhofer, un famoso pintor que vive allí aislado del mundo. Nicholas intenta persuadirlo para que pinte su último gran cuadro: "La bella mentirosa", con su novia como modelo.

El estudio de Antonio Zaballos en Béjar (Salamanca) no es el Atelier de Courbet pero a mí me lo ha recordado y eso que tampoco estoy en el Museo de Orsay. Aun así, como escribí hace años en la introducción al Catálogo de una de sus exposiciones, su pintura vive entre el Realismo y el Surrealismo en busca de un mundo único, que mezcla la luz y los sentidos con una técnica depurada (se fue a estudiar de joven a París y estuvo a punto de quedarse por allí, aunque decidió trabajar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid). 

Antonio y yo miramos la vida de forma parecida, quizá por eso seguimos siendo amigos después de tantos años, cuando nos encontramos en las Cuevas de Sésamo. Yo le narro la vida que él no sabe que vive y él me la devuelve con la sinestesia de la luz. 

Voy a ver si desayuno en el voluptuoso interior de uno de sus cuadros.

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