martes, 5 de enero de 2016

Y entró en una librería y se enamoró del librero.

(Como le sucede a la protagonista de mi novela "Las mentiras inexactas", profesora de literatura de la Complutense de más de cincuenta años, que se enamora de su ex alumno de veintitantos, dueño de una librería de la plaza Santa Ana, donde transcurre la novela. Es una reflexión sobre el futuro de la novela y las librerías, y también una historia de amor sobre la diferencia de edad).

"Esa noche su sangre se transformó en energía femenina y masculina, una especie de vino que se bebieron la luna y el sol, y eliminó las arrugas de su rostro y su vientre. Desconocía cuánto tiempo había estado tumbada, desnuda, sin dejar de sudar. El camisón, arrugado y sucio, se había caído al suelo. Su cabeza giraba como una noria sin control, pero aun así encendió la radio. Había dormido toda la tarde y toda la noche. Se tomó una aspirina y un café, y se encontró mejor. El rostro de Sergio se hinchaba en su mente como un gigantesco neumático de automóvil, y hasta oía el su vasto e inmenso deseo de aplastar el universo con su fuerza. Había sangre en la sábana. Se llevó la mano a la frente, y no sintió las décimas de fiebre que demolían las paredes de su conciencia. Trató de calmarse con un segundo café, y después buscó sin éxito un paquete de cigarrillos. De lo más hondo de su corazón salió una sonrisa dirigida a las manchas fugaces, como su regla interminable; era una sonrisa enferma, a un paso del delirio. O se había vuelto loca y tenía visiones, o la sinrazón cegaba sus pupilas con los rasgos de ese crío. Se encerró en el cuarto de baño. Tocaba su cuerpo, pero no le pertenecía, intentaba limpiarlo, pero nuevas carcajadas se desplomaban en las esquinas de su garganta. Se vistió, y se sentó otra vez en la cama. Las paredes de la habitación se le caían encima (...) ¿Qué es lo que tenía que hacer, se preguntó mirando a la calle, volver a la librería y declararle su amor? Sergio no era más que un ególatra cuyo único afán consistía en mantener vivo su mundo. ¿Acaso podía considerarse una de sus amigas? ¿Qué podía aportarle a esas alturas de su vida? ¿No sería para él un sucedáneo de su padre, o de esa madre de la que casi le daba miedo hablar? Entonces, ¿por qué la había besado y acariciado? Era deseo, por supuesto, todavía podía despertar deseo en un hombre..."

"Las mentiras inexactas" (2012), Izana Editores, pp. 106 y 107. (La fotografía es del pintor Antonio Zaballos, y sirvió de prueba para la portada definitiva de la novela).