jueves, 13 de agosto de 2015

La señora de más de ochenta años que me regaló una rosa.

El otro día me pasé casi toda la mañana sentado en la terraza de un Café escribiendo, o reescribiendo, dos simples páginas. En cierto momento se sentó a la mesa de al lado una señora de más de ochenta años que pidió un cortado y se puso a mirarme con curiosidad.

Al poco rato carraspeó con fuerza y me preguntó si estaba escribiendo una novela. Levanté la vista del ordenador y asentí con la cabeza mientras sonreía. Entonces me preguntó si era una novela de amor, y yo le respondí que todas mis novelas lo eran, aunque hablaran de la propia literatura, de la Guerra Civil, de música clásica o de física cuántica. 

Ella rio con ganas, tomó el bastón que permanecía apoyado en la silla y se dirigió hacia el rosal de la entrada de la terraza. Ni corta ni perezosa, cortó una rosa, se acercó a mí y me la regaló.

Yo me levanté de la silla, me incliné sobre la señora y la besé en la mejilla.