domingo, 3 de marzo de 2013

Wittgenstein y el método científico



Podemos considerar tres corrientes básicas alrededor de las cuales se orientaron los derroteros filosóficos postkantianos, las dos primeras en Alemania y la tercera en Francia e Inglaterra.

El fundamento idealista del racionalismo de Kant enraizó gracias a Fichte, Schelling y Hegel, con el dominio de la “idea”, pues el individuo podría crear conocimiento desde sí mismo, fuera incluso de la realidad (Idealismo).

En el lado opuesto, autores como Schopenhauer y Niestzche negaban a la razón la capacidad de ser la fuente de conocimiento que pudiese desentrañar los secretos de un universo que, en sí mismo, sería inaccesible al conocimiento racional (Irracionalismo).

El positivismo se opuso a las dos corrientes anteriores, intentando devolver a la ciencia su papel cognitivo. Si aquellas consideraban que el conocimiento se sustanciaba en la filosofía, el positivismo pensaba que era la filosofía la que se debía someter a la ciencia, la única capaz de aportar el auténtico conocimiento. Con autores como Saint Simon y Comte, el método empirista era el único que permitía acceder al citado conocimiento.

Dentro del siglo XX, fueron relevantes los “neopositivistas lógicos”, como continuadores de la tradición empirista, tras dar la espalda a las consideraciones kantianas. Su idea se basa en el “principio de verificabilidad completa”, mediante el cual una oración posee un significado empírico siempre y cuando no sea analítica y se deduzca, lógicamente, de una clase finita y consistente de oraciones observacionales. En esta orientación positivista la influencia del gran Wittgenstein ha sido notable, sobre todo con su “Tractatus” de 1922, y dentro del Círculo de Viena (en torno a Schlick, agrupó a filósofos, físicos y matemáticos, como Carnap, Kraf, Kauffmann, Ayer y Wassman).

La propia evolución de la citada orientación llevó a los seguidores desde esta postura radical a otra de confirmación parcial, o indirecta, mediante la evidencia manifestada por la observación. Con ello, Carnap (1966) conduce al método de la lógica inductiva, en el sentido de que nuestras proposiciones jamás son verdaderas, sino más o menos probables, por lo que pueden atribuírseles (al menos en los casos favorables) un cierto grado de confirmación o probabilidad, en forma de un número real (entre cero y uno), sobre la base de una evidencia observacional concreta.

De esta forma no se produce una contradicción entre el método deductivo y el de contrastación empírica, sino que tan sólo son dos aspectos epistemológicos de carácter distinto. No puede olvidarse que las ciencias, con excepción de las puramente formales, se caracterizan por su contenido empírico; es decir, que pueden ser corroboradas por la experiencia, motivo por el que es interesante analizar el método hipotético deductivo, o deductivo contrastable, lo que nos llevará a Popper.

(Publicado en el Diario Progresista el 22 de febrero de 2013).

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