lunes, 28 de enero de 2013

Para qué debería servir la política económica (2)

No es lo mismo la actuación del sector público que la del sector privado, aunque a muchos les dé igual. La actuación de la autoridad pública se diferencia de la que puedan llevar a cabo los agentes privados en aspectos tales como las formas de intervención de las que se vale, el concepto de eficacia –algo más que la simple eficiencia técnica–, la forma en que se registran sus preferencias y los mecanismos de control.

La política económica no puede quedarse en un simple arte de felices improvisaciones, sino que debe contar con el respaldo de una base sólidamente constituida desde el punto de vista científico, que le viene proporcionada por la teoría económica.

Los problemas económicos obligan, en muchas ocasiones, a llevar a la práctica medidas que no cuentan con la ayuda de una fundamentación teórica sólida, quedando fuera de la actividad del “policy maker” toda la racionalidad necesaria que una actuación más sosegada requeriría ante la ausencia de esos problemas.

Todo ello no es óbice para que la política económica, en la consideración establecida, ordene sus decisiones según las directrices marcadas por la teoría económica, los hechos económicos y los juicios de valor (o ideología vigente en la sociedad), y a su vez, los elementos normativos que conllevan estas decisiones afecten a la propia teoría económica, que no es sino la interrelación de estos elementos normativos con el análisis económico puro.

La principal diferencia que se puede encontrar entre la teoría y la política económicas es el carácter teleológico de esta última, en el sentido de búsqueda de un fin, en oposición al análisis causal de la teoría. Esta es descriptiva, o como mucho predictiva, mientras que la política económica es esencialmente normativa.

Dentro de la vertiente normativa, o tradicional, de la teoría de la política económica, la “autoridad” era considerada un factor exógeno. En la vertiente positiva de la teoría de la política económica la autoridad es un factor endógeno, marcado por el análisis del “poder” en su conjunto: políticos, burócratas, grupos de presión, cooperativismo, asesoramiento, la relación entre los ciclos político y económico, etcétera; es decir, un conjunto de intereses, en bastantes ocasiones muy interrelacionados y contrapuestos, donde coexisten las autoridades, los agentes económicos y todo tipo de grupos de carácter social.

Es evidente que la perversión de ese factor exógeno, por culpa del poder desmesurado de todos esos grupos de presión, puede llevar incluso a la quiebra de la idea de democracia.

(Publicado en el Diario Progresista el 25 de enero de 2013)

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