viernes, 16 de noviembre de 2012

El escritor andrógino

Para Virginia Woolf "la mujer de la literatura" es un ser interesante: bueno y malo, dulce y trágico... Clitemnestra, Medea, Desdémona..., y no sólo en el teatro, sino en la novela, de Proust, Balzac... Sin embargo, ¿la mujer es tratada igual fuera de la literatura?, se pregunta.

Si lo gatos sin cola no van al cielo, se dice, las mujeres tampoco podrán escribir como Shakespeare. ¿Si Shakespeare hubiera tenido una hermana llamada Judith, habría sido capaz de escribir todas las obras de su hermano? El escritor inglés aprendió latín en la escuela secundaria (leyó a Ovidio, Virgilio, Horacio), así como gramática y lógica. Vivió una juventud aventurera y marchó a Londres en busca de fortuna después de tener un hijo. Le gustaba el teatro, eso estaba claro. Fue actor, autor, tuvo éxito, y se convirtió en el amo del mundo en su tiempo.

¿Y su hermana, qué habría podido hacer ella? Sus padres la querrían, faltaría más, pero seguro que hubieran pensado en casarla con el hijo de un rico comerciante de la localidad. Como Judith estaría enamorada de la “musicalidad” de las palabras, huiría de casa (pudo haberlo hecho, sin duda), se iría también a Londres, querría trabajar en el teatro, pero nadie la contrataría. Terminaría preñada de un autor o actor o director... Moriría sin pena ni gloria, se llamara Judith o no...

Cualquier mujer “artista” en el siglo XVI se hubiera vuelto loca de vivir algo parecido, o incluso se habría suicidado, aunque es posible que también les ocurriera a muchos hombres, y a otros muchos seres que podrían sentirse tan marginados. A todo esto habría que añadir el sentido de la castidad que tenían que guardar las mujeres en esa época (y en la propia época que le tocó vivir a Woolf, incluso años después en la época de Franco en España, por establecer otras comparaciones).

Para Woolf, escribir una obra genial era casi una proeza de una prodigiosa dificultad. Todo estaba en contra: los perros ladraban, la gente gritaba, había que ganar dinero, la salud fallaba cuando menos se esperaba... El mundo no le pedía que realizara ninguna obra, y tampoco una obra maestra. Si salía era poco menos que un milagro. En el caso de la mujer (no en el de Carlyle, Keats, Flaubert…, asegura la escritora) estaríamos ante un doble milagro. Ya no sería: escribe si quieres, que a mí me da igual, dirigido al hombre, sino ¿escribir, para qué?, dirigido a las mujeres.

Poco después nos detenemos en las mujeres escritoras que sacaron a la luz el “odio” al poder del hombre, porque tal vez no pudieron hacer otra cosa, como le ocurrió a Lady Winchilsea. ¿Y qué decir de esa amiga de Lamb, Margaret of Newcastle, que escribió sobre su situación de intelectual marginada, antes de caer en los brazos de la locura? Así llegamos hasta Mrs Behn, un pilar esencial en la historia sobre los derechos de las mujeres, una mujer de clase media que se tuvo que ganar la vida con su ingenio, y trabajar con los hombres de igual a igual. Ella demostró que podía ganarse la vida escribiendo.

Jane Austen, las hermanas Brontë, George Eliot..., fueron mujeres que abrieron el camino a otras muchas, algo similar a lo que ocurrió siglos atrás con los hombres que se dedicaban al arte. La primera de las autoras citadas escribió sin odio, sin amargura, sin temor, sin protestas, sin sermones..., y algo similar le ocurrió a Charlotte Brontë. A través de este razonamiento, Virginia Woolf llega a una primera conclusión: las mujeres escriben como escriben las mujeres, no como lo hacen los hombres.

Luego se detiene en la estantería de los autores vivos. A esa altura del tiempo, las mujeres ya escribían de todo, y usaban la literatura como un arte (casi autobiográfico) que terminaría convirtiéndose en un medio de expresión. Ahora el planteamiento tiene que ser más severo con las propias escritoras que empezaban a dominar tantos terrenos intelectuales. ¿Por qué las mujeres escritoras creaban heroínas demasiado simples, alejadas de complejidades sentimentales? Es evidente que Woolf no pretendía caer en la “tonta” y gratuita alabanza de su sexo.

Sin embargo, tras mostrarse dura con las escritoras, se pregunta qué ha quedado de tantas mujeres que siempre se han comportado como buenas esposas y buenas madres. Los escritores en general deberían admitir que es más interesante profundizar en el alma de los personajes, ya sean hombres o mujeres, que en el de alguien como Napoleón, por decir algo.

Una segunda conclusión interesante para las mujeres escritoras: deben escribir olvidándose de que son mujeres, intentando llenar las páginas de esa cualidad sexual que sólo se logra cuando el sexo se ha convertido en algo inconsciente de sí mismo. Y como la autora es una magnífica escritora vuelve a llevarnos a la hierba que no puede pisar una mujer, o a la biblioteca a la que no puede entrar, salvo que la acompañe un “felow” o un “scholard”.

Es el 26 de octubre de 1928, un día en que Londres no piensa precisamente en escribir novelas, ya sean de hombres o mujeres, y tampoco en Shakespeare. Nuestra protagonista reconoce el esfuerzo para separar un sexo de otro, con su influencia sobre la “unidad de la mente”. Porque lo ideal es que los sexos cooperen. ¿La mente tiene también dos sexos, se pregunta, que se corresponden con los dos sexos del cuerpo que necesitan estar unidos para lograr la satisfacción y la felicidad?

Quizá lo ideal es que existan escritores “andróginos”. Coleridge argumentó que las grandes mentes son andróginas, como esos escritores que apasionan a Woolf: Shakespeare, Sterne, Keats, el propio Coleridge... La mujer es ser mujer con algo de hombre, y el hombre es hombre con algo de mujer.

(Publicado en el Diario Progresista el 16 de noviembre de 2012).

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