viernes, 15 de junio de 2012

Necesitamos otro Valle-Inclán (I)

En esta época de crisis económica y espiritual dominada por el miedo al despido, a la pobreza, a la marginación, a la ruina, a la soledad, donde la corrupción campa a sus anchas por todas partes y los extremismos empiezan a adueñarse de las conciencias y de los parlamentos, se necesitan intelectuales que denuncien, que critiquen, que se dejen un brazo (metafóricamente, aunque sea por culpa del botón de un chaleco) en la defensa de unos ideales que parece que no importan a nadie.
En definitiva, se necesita a gente como Valle-Inclán.

Todo está escrito en su teatro, en las “Comedias bárbaras” y “Divinas palabras”, con la ostentación del poder, el analfabetismo y los sentimientos más primarios del ser humano, la burocracia y la corrupción de “Luces de bohemia”, la avaricia, la lujuria y la muerte en su “Retablo” y “Los cuernos de don Friolera”, por decir sólo unas cuantas de sus obras maestras.

A lo largo del primer tercio del siglo XX, en España no escasearon los intentos de experimentación dramática, aunque sólo dos autores alcanzaron un reconocimiento universal con el paso del tiempo, Valle-Inclán y Lorca. De entre las obras del primero, “Divinas Palabras”, está de profunda actualidad (también “Luces de bohemia”, por supuesto, con tantos casos de corrupción). Si el pueblo obedece al final de la obra es porque no entiende el idioma en el que se le habla; algo similar podría decirse en estos momentos respecto a los poderes invisibles que dominan el mundo: económicos, periodísticos, incluso de la mente.

“Divinas palabras” se encuentra en el tránsito entre el expresionismo y el esperpento, y mezcla con sabiduría la avaricia, la lujuria y la muerte, que más tarde serán sintetizadas por el autor en el mencionado esperpento. La obra pone un punto y final a la secuencia iniciada por “Águila de blasón” y “Romance de lobos”, con la esencia del drama “gallego” plasmada en sus páginas.

No puede olvidarse que en esa época (1916), Valle-Inclán escribió su manifiesto estético que denominó “La lámpara maravillosa” (del que ya se ha hablado en este periódico). En ella queda plasmada su poética, íntimamente unida con la evolución que se estaba produciendo en su obra. Valle-Inclán fue un provocador, pero con un núcleo metafísico de sentido estético. Buscó un estilo personal, la música de las palabras, los espejos mágicos. También fue un poeta radical que buscó entender el mundo con una mirada diferente.

“Divinas palabras” se subtitula “Tragicomedia de aldea”, fue publicada en 1919 y estrenada por la compañía de Margarita Xirgu en 1933. Representa la idea de que la virtud de la palabra sagrada se impone a las pasiones carnales en unos ambientes de pesadilla. Esos ambientes de pesadilla están situados en la Galicia rural, y mezclan lo trágico con lo cómico. Ahora ya no hay aristócratas, como en las “Comedias bárbaras”; sólo está la gente del pueblo, su miseria, su incultura, sus pasiones a flor de piel que se pueden expresar en la metáfora del niño monstruoso, cuya posesión define la avaricia de los personajes. Ese pueblo es el que reaccionará cuando escuche las “divinas” palabras de boca del sacristán. Será el momento de despojarse de la malicia, de la crueldad, de la propia idea de lujuria para perdonar a la mujer pecadora.

Recuérdese que la obra se desarrolla alrededor de la familia de Pedro Gailo, el sacristán de San Clemente, su esposa Mari-Gaila y su hija Simoniña, y se inicia cuando la perra (o el perro) de Lucero (Séptimo Miau o Compadre Miau) adivina que Pedro Gailo será engañado por su mujer. Poco después la hermana de Pedro, Juana La Reina, muere trágicamente, y deja solo a su hijo, el pobre niño deforme, que es transportado en un carretón de un sitio a otro y sirve para que su madre y él vivan de la caridad. La posesión del carretón provoca la disputa entre Mari-Gaila y su cuñada Marica, hasta que ambas mujeres aceptan compartirlo.

Mari-Gaila paseará el carretón junto a mendigos, leñadores y criberos, y conocerá al Compadre Miau, que se convertirá en su amante. Poco después Marica revela a su hermano la conducta de su mujer. Esa misma noche, Pedro Gailo, embriagado, tienta a su hija Simoniña para que mantenga relaciones sexuales, a lo que ella se niega. Mari-Gaila se despide de Séptimo, y al intentar volver a su casa se detiene en una taberna y descubre la muerte del “idiota”, al que han dado de beber demasiado alcohol. Después de introducir el cadáver dentro del carretón y volver a casa, Mari Gaila y su marido mandan a su hija que aparque el carro junto a la casa de Marica para que ella pague el funeral.
Al amanecer, cuando Marica despierta, descubre el cuerpo devorado por los cerdos. Maria-Gaila y Pedro Gailo discuten con Marica del Reino sobre quién debe pagar el funeral. Ese mismo día, Mari-Gaila acepta el ruego de Séptimo después de enviarle un mensaje para citarse con él. Mientras mantienen relaciones sexuales son descubiertos por los vecinos del pueblo. La gente le quita la ropa a Mari-Gaila, y la llevan desnuda en un carro de heno. Al final Pedro Gailo salva a la adúltera pronunciando, en latín, las divinas palabras.

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