domingo, 10 de junio de 2012

Empujó la puerta y entró con curiosidad

 

EMPUJÓ LA PUERTA Y ENTRÓ CON CURIOSIDAD

Habla a menudo de Murakami y los mundos huecos pero no se olvida de Galdós. No me costó reconocer a Justo Sotelo, del bolsillo de una de sus inconfundibles chaquetas negras asomaban los Cortos americanos que le había hecho llegar a través de mi amiga Bea; enseguida supe que la semana siguiente lo de la tertulia literaria en Malasaña se volvería a repetir.

Hace siglos que está todo dicho, sólo me interesa el lenguaje. Empujó la puerta y entró con curiosidad, la preocupación por la forma queda clara desde la primera frase de Las mentiras inexactas, la última novela de Justo. Nunca había leído ninguno de sus libros, me sorprendió la manera de contar: están ahí presentes los autores a los que tanto admira; las novelas de Sotelo –aseguran los críticos- tienen vuelo, yo me quedo con el poso, con el regusto que dejan unas líneas meditadas –ágiles cuando es necesario- en las que el escritor madrileño -y es que el arrojo narrativo, como dice Juan Ángel Juristo de ABC, es una de las virtudes de la novela- no duda en reflexionar sobre lo que le preocupa y le apasiona hasta las últimas consecuencias.

Justo presentó su libro en Las Cuevas de Sésamo entre amigos y conocidos. Algo que te impulsa a escribir unas líneas se convierte en un objeto de centenares de páginas; es misterioso el proceso de creación de una novela. Ahora, con un ejemplar de Las mentiras inexactas aquí, en mi escritorio, recuerdo como aquella tarde en Sésamo noté algo muy distinto a lo que había sentido en otras presentaciones: el autor no era sólo alguien a quien admiraba, se trataba además de un amigo.

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