sábado, 18 de febrero de 2012

Siempre nos quedará don Quijote (I)

En estos tiempos de crisis económica sistémica (sólo se han producido otras dos crisis de esta magnitud en la historia moderna, la de los años setenta del siglo XIX y los últimos años veinte del siglo pasado), quizá lo mejor sea volver la vista a una de las obras literarias más divertidas, sabias, inocentes y complejas de la historia de la literatura universal, nuestro Quijote.

Desde el mismo origen de las palabras, la literatura no ha dejado de citarse a sí misma. La obra siempre se ha relacionado con otras obras, tanto escritas como orales, y ha avanzado por un camino que permitiera al lector (o al oyente) identificarse con ella, siempre dentro de una tradición aceptada por todos.

El discurso narrativo está sometido a un juego especular caracterizado por la continua manipulación, en la obra de ficción, de las propias convenciones de la ficción. Las obras se convierten en polifonías textuales cuando, además de la suya, resuenan otras voces, otros lenguajes ajenos. En la novela, sobre todo, el autor es consciente de que el mundo está saturado de palabras ajenas, entre las que tiene que lograr sus propias palabras. La metaficción recuerda al lector que se encuentra ante una obra de ficción, y que de lo que se trata es de jugar con la relación entre la distinción tradicional de ficción y realidad.

Por ese motivo, los escritores y los lectores entran y salen continuamente de la ficción dentro de ese juego. El riesgo que se corre es que con tales procedimientos se puede llegar a la ruina del mecanismo mismo de la construcción ficcional, aunque la literatura transforma el problema en una conquista. Al lector se le pide su participación y se le asegura que si la lleva a cabo disfrutará realmente con el relato.

En el Quijote se usa con maestría la técnica de la intertextualidad. Dentro de su compleja ficcionalidad se reúnen la ficción implícita en la práctica narrativa, la ficción explícita o metaficción (con razones de la poética neoaristotélica del Renacimiento), las ficciones internas o creaciones imaginarias en boca de otros (historias incrustadas), la autoficción y las ficciones con don Quijote y Sancho. Los capítulos con los duques son esenciales dentro del entramado técnico de la segunda parte de la obra, y han dado lugar a novelas y ensayos sobre su identidad, entre los que destacaría El diario de la duquesa, de Robin Chapman, publicada en 1983. Así mismo, dentro de esos capítulos se incluye la historia de la dueña Dolorida. Al hacer de la mimesis un concepto estético flexible, en el Quijote se admiten como verosímiles las modalidades tanto de lo posible como de lo imposible siempre que sean aceptables al lector y no rompan el adecuado decoro.

La accesibilidad a los mundos ficcionales resalta las complejas relaciones entre ficción y realidad, entre la verdad y la referencia literarias. Frente a la tradición mimética que desaparece en ciertas épocas, pero renace en otras con fuerza, se puede reivindicar que los textos literarios contengan mundos imposibles que contradicen abiertamente determinadas leyes lógicas o naturales. El poder de persuasión del escritor es una capacidad que depende de que el lector acepte la ilusión de autonomía de la historia y los personajes respecto del mundo real. Sin embargo, es preciso matizar un hecho esencial.

La obra de Chapman se articula sobre un diario que escribe la duquesa, una joven de alrededor de veinte años que bien pudo enamorarse de Cervantes, en la línea de la idea esencial que defiende la novela posmoderna, que en cierta forma representa la parodia de la parodia. Según esta forma de entender la literatura, Chapman -un amante de la literatura del Siglo de Oro español, y más en concreto del Quijote- decide dar a conocer la identidad de los duques que protagonizan los capítulos 30 a 52 de la segunda parte. Lo más interesante es que incluso intenta “demostrar” que doña Isabel, la duquesa, escribió la historia del caballo Clavileño y la dueña Dolorida, junto con Cervantes. De esta forma se explica que los duques ya conocieran la primera parte, y formaran parte de la segunda al haberla vivido en persona con el mismísimo autor. La propia Isabel no quedará satisfecha con el retrato que de ella hace Cervantes, aunque su mayor problema serán las desavenencias conyugales con su marido, que es adúltero, y la escasa estimación que dice sentir por parte de los estamentos sociales de la época. La vida de la duquesa se prolongará durante cerca de cuarenta años más, pero ella seguirá recordando al autor del Quijote hasta el día de su muerte, situándola en una fecha distinta de la “real”.

(Publicado en el Diario Progresista el 17 de Febrero de 2012).

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