sábado, 21 de enero de 2012

El tiempo de Juan Ramón Jiménez (IV)

El poeta profundo y lírico encuentra a su dios deseante y deseado en el trabajo, continuo y constante, y sobre todo en el amor. El amor y dios se pueden concentrar en el beso que se da a la persona amada.

“Cuando besamos a nuestra mujer en la boca besamos en ella la boca de dios, todo el universo visible e invisible, y el amor es el único camino de la eternidad y de dios. En realidad yo creo que no hay otra eternidad que el amor, y si sentimos la muerte como un defecto es porque nos quedamos sin acción de amor, porque nuestra boca ya no puede ponerse en contacto voluntario y dinámico con la boca del mundo” (pag. 114).

Ese amor también se dirige a la madre, que el poeta recuerda constantemente a lo largo de las páginas de “Tiempo”. “Mi madre viva, de quien yo lo aprendí todo, hablaba como toda España. Y España toda me habla ahora a mí, desde lejos, como mi madre lejana. Mi madre muerta desde dentro de España, enterrada, es abono de la vida eterna e interna de España. Su muerte viva” (pag. 84).

JRJ no puede dejar de pensar en esa matriz donde estuvo nueve meses, y en la forma en que murió su madre. “Qué palabras tan sencillas, tan profundas y tan justas las de sus últimos días. Parecía que dejaba un paraíso para entrar en otro” (pag. 97).

El hecho de que el poema sea un monólogo interior no impide que posea características propias, como el propio JRJ reconoce desde su inicio. Su monólogo seguía la estela de los de Dujardin, Joyce, Perse, Eliot y Pound, pero a diferencia de los de estos, el suyo, además de sucesivo, es lúcido y coherente.

“Lo único que le falta es argumento. Es como sería un poema de poemas sin enlace lójico. Mi monólogo es la ocurrencia permanente desechada por falta de tiempo y lugar durante todo el día, una conciencia vigilante y separadora al marjen de la voluntad de elección. Es una verdadera fuga, una rapsodia constante…” (pag. 74).

Su monólogo es un largo diálogo consigo mismo donde afloran todos sus fantasmas del pasado, unos fantasmas que toman cuerpo y le visitan en los momentos más insospechados del día y de la noche. La política impregna buena parte de sus páginas, y pone de manifiesto el compromiso ético del poeta, sobre todo con los progresistas del momento.

De alguna forma intenta mantenerse neutral, criticando tanto a la derecha como a la izquierda, aunque cuando tiene que elegir una forma de pensar se inclina hacia la izquierda. Así, en las páginas 87 y 88 escribirá lo siguiente: “Qué bello el heroísmo del hombre cultivado y sereno, qué feo el del hombre bruto y revuelto. Bruto revuelto que deja morir de cárcel a Julián Besteiro, el ecuánime, que caza al hombre honrado y sensitivo que se refujia por necesidad en otro país y lo ahorca o lo fusila, como los dictadores de España, los vengativos a este bueno y honrado Cipriano Rivas Cherif, entre otros que no conocí personalmente. Qué bien se portó Rivas con nosotros en aquel agosto de 1936. Gracias a su buen ánimo jeneroso y a la libre comprensión y noble dilijencia de Manuel Azaña, pudimos salir al aire más libre, entonces, del mundo”.

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