viernes, 13 de enero de 2012

El tiempo de Juan Ramón Jiménez (III)

La música era una compañera inseparable de Juan Ramón Jiménez. Admiraba a Toscanini y Bruno Walter como directores, y a Mahler, Brahms y Bruckner como compositores. "No ha de estar la cabeza dentro de la partitura sino la partitura dentro de la cabeza" (pag. 78).

La última frase antecede a su aspiración de que Walter dirigiera la orquesta Sinfónica de New York, ya que su altura como director era incuestionable. “No es el volcán de Toscanini con la nieve arriba sino una mezcla entera de nieve y fuego; quema como el yelo y da escalofrío como el fuego. Stokowski todo es llama esterna, Koussevitski un maestro de la dicción, dignidad y hermosura; Mitropoulos es el santo soberbio; hace sonar los instrumentos con timbres excepcionales, pero su educación profesional le hace componer esos programas colosales (Brahms, Mahler, Bruckner, Ricardo Strauss en un solo concierto), montañas de técnica ilustre y, a veces, májica, que él levanta y ordena en perspectivas maravillosas, sobrecojedoras y abrumantes”.

En el texto se producen varias interrupciones de este tipo. En la página 84, por ejemplo, el poema se llena con la alabanza a la sinfonía Heroica de Beethoven interpretada por Walter. La marcha fúnebre (el segundo movimiento) siempre le había parecido larga y monótona, pero en esa ocasión su interpretación fue muy distinta.

Gracias a los conciertos de la radio, JRJ podía recibir el alimento necesario para seguir “sintiendo” esas sensaciones imprescindibles para su vida cotidiana. Algo parecido le ocurrirá con la interpretación de la Octava de Bruckner por parte del mismo director (pag, 93). “Hora grande de música, también, como la de naturaleza de esta mañana, diferente; diferente como esta música de otra. Y qué lirismo, qué sonido el de la orquesta con Bruno Walter”.

La música, la pintura y la poesía… se hacían para el deleite, como el amor. Pero, lógicamente, la lectura es esencial, algo normal en un hombre que estaba solo casi todo el tiempo. “Tiempo” es un diálogo (monólogo) con otros escritores, como Lorca y Machado, pero también con Ortega, Azorín, Guillén, Salinas, Alberti...
Los comentarios sobre poetas y las circunstancias de las ediciones de sus libros, e incluso de la vida ordinaria, son constantes, y se desparraman casi de la misma forma que las alusiones a los conciertos de música clásica. Aun así, JRJ no habla sólo de autores españoles, por supuesto; en sus páginas también existe espacio para Shelley, Keats, Rilke y Pound, por citar sólo algunos pocos.

“La poesía es amor. Yo estoy enamorado de ella y tengo que verla naturalmente femenina. Así la han visto todos los artistas ´enamorados´ de su arte: Leonardo, Botticelli, Rafael, Mozart, Chopin, etc.” (pag. 112). Y acto seguido compara la belleza de la naturaleza con la de la gran ciudad, donde pueden encontrarse los nombres que dan sentido al Arte de la humanidad. “Cuánto paisaje fuera de la llamada naturaleza. Suele decirse que una gran ciudad no tiene paisaje natural. Pues ¿y su humanidad, su paisaje humano carnal y espiritual? Qué paisaje humano el de New York, qué campo zoolójico humano de todos los tiempos y países del mundo”.

Lo interesante es que esta visión del arte se mezcla con la de “su” dios “panteísta”, que sigue la estela del krausismo también citado: “Si existe un dios verdadero y distinto de los conocidos, sospechados o inventados ¡qué angustia la suya estar esperando que el paisaje humano lo encuentre! Porque el otro, donde el hombre lo busca en soledad, no le importa a dios. Y qué luz ésta del desierto o el monte sin humanidad, que no le importa a dios” (pag.112).

Las implicaciones pedagógicas de la filosofía krausista obligan a poner en contacto directo al alumno con la naturaleza y con cualquier objeto de conocimiento, y fijar un gradualismo desde los gérmenes de cada disciplina de conocimiento hasta la conexión de los niveles superiores.

(continuará)

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