sábado, 29 de octubre de 2011

Rilke en La Mancha (y III)

En la Elegía de Rilke también se observa mucho cosmopolitismo, como si su autor necesitara reflejar toda la historia de la humanidad en el interior de los versos del poema, algo similar a lo que le ocurrió a Eliot con "La tierra baldía", una especie de resumen del alma humana y de su paso del reposo al movimiento (y viceversa) a lo largo de los siglos.

Una explicación plausible es que Rilke fue un trotamundos que nació en Praga, pero vivió experiencias repartidas por toda Europa, desde Rusia hasta París pasando por Suiza. Era la pulsión romántica del viaje, a pesar de que su literatura ya no reflejara esa época.
Quizá por ello la elegía se sitúa en la coordenada temporal, pero al final pasa a la espacial. El poeta debe traspasar tanto la vida como la muerte, al igual que les ocurre a los ángeles. La vida que recoge el poema es una vida (una ciudad) falsa. De ella sólo pueden salir los muertos.

“Los ojos del muchacho no la aprehenden, todavía
en el vértigo de la muerte temprana. Pero la mirada
de la esfinge, desde detrás del borde del pschent,
espanta al búho. Y rozándola en lento frotamiento
a lo largo de la mejilla, la de redondez más madura,
el búho dibuja suavemente en su nuevo oído de muerto,
sobre una hoja doble, abierta, el contorno
indescriptible.

Y más arriba, las estrellas. Nuevas. Las estrellas
del país del dolor. Lentamente las nombra la Lamentación:
"Mira, aquí: el Jinete, el Bastón, y a la constelación
más llena la llaman: Corona de Frutos. Luego, más allá,
hacia el polo: Cuna, Camino, el Libro Ardiente, Títere,
Ventana. Pero en el cielo del sur, pura como en la palma
de una mano bendita, la clara M resplandeciente,
que significa las Madres...

Pero el muerto debe avanzar, y en silencio la anciana
Lamentación lo lleva hasta el barranco
donde resplandece la luna:
la Fuente de la Alegría. Con veneración
ella la nombra, dice: "Entre los hombres
es una corriente que arrastra".

Están al pie de la montaña
y ahí ella lo abraza, llorando.

Sube él, solitario, hacia los montes del dolor original.
Y ni siquiera una vez su paso resuena desde el destino mudo.

Pero si despertaran en nosotros un símbolo, ellos,
los interminablemente muertos, mira, señalarían quizás
los amentos de los avellanos vacíos, colgantes,
o pensarían en la lluvia, que cae sobre el suelo oscuro en primavera.

Y nosotros, que pensamos en la dicha creciente,
sentiríamos la emoción
que casi nos consterna
cuando algo dichoso cae”.

El viaje al pueblo de La Mancha profunda terminó con una copiosa cena en la misma Plaza Mayor. No creo que consiguiéramos que el alcalde dejara las calles como estaban, pero, al menos, a mí me sirvió para hablar con personas comprometidas con su presente y su futuro.
Unos días después ETA nos daba una gran alegría.
Los ángeles de Rilke podían dejar de lamentarse.

Artículo publicado en el Diario Progresista el 28 de Octubre 2011

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