lunes, 7 de marzo de 2011

La última novela de Murakami en castellano


Dentro de unos días saldrá a la calle la traducción al castellano de la última novela escrita por Murakami (“1Q84”, que es un homenaje a la famosa novela de Orwell). Con ese motivo, este artículo pretende reflexionar, brevemente, sobre una de sus primeras novelas, “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas”, que tardó muchos años en ser traducida al castellano, a pesar de ser de las más representativas.

El argumento de esta novela está de suma actualidad en esta época de crisis económica y adelantos tecnológicos.

El protagonista de “El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas” (Tusquets, 2009) es un solitario que se pasa el tiempo soñando con tocar el violoncelo cuando se jubile y viendo películas clásicas norteamericanas, como “El sueño eterno”, “Cayo Largo”, “El hombre tranquilo”, “2001” y “Casablanca”, y leyendo a escritores como Sthendal, Conrad, Hemingway, Turguéniev y Hardy.
Los capítulos pares transcurren en la ciudad del fin del mundo, y los impares en el despiadado país de las maravillas, que no es otro que el Tokio de tantas novelas de Murakami. Las dos historias están narradas por un protagonista sin nombre. En el mundo “real” de la ficción un calculador que trabaja para la oficina central del Sistema (informático del país) llega a un edificio de oficinas en el centro de Tokio y sube a un ascensor que “ni siquiera sabía si estaba en marcha o detenido (…) Aquel ascensor era una caja metálica de un modelo especial fabricado para absorber todos los sonidos” (páginas 14 y 15). Le recibe una joven que viste un traje rosa y unos zapatos de tacón del mismo color, que lo conduce a través de un armario a las cloacas de la ciudad, donde le espera su abuelo, un biólogo experto en fisiología cerebral, filología y teología, y que pretende encargarle un trabajo muy particular. A partir de las estadísticas extraídas de unos cráneos, quiere que efectúe un lavado de cerebro y un “shuffling”. El calculador debe ordenar los valores numéricos e introducirlos en el hemisferio derecho del cerebro de un cráneo. Después de codificarlos y convertirlos en valores distintos, los pasará al hemisferio izquierdo, e imprimirá los datos en papel. En eso consiste un lavado de cerebro.
La Factoría es la organización de los semíóticos, la competencia del Sistema, para la que trabaja el calculador. Los semióticos transfieren al mercado gran parte de la información que consiguen de forma ilícita, y de esa forma aumentan sus beneficios.

Por otra parte, un hombre llega hasta El fin del mundo, y en seguida tiene que dejar al guardián de la ciudad su sombra y sus recuerdos. La textura de esa historia es distinta, aunque poco a poco terminará confluyendo con la otra. Ese hombre recibe el encargo de leer sueños a través de los cráneos de los animales almacenados en una biblioteca. Pronto se sentirá atraído por la bibliotecaria, al igual que el calculador de la otra historia con la encargada de la biblioteca donde acude para conocer el origen de los cráneos.

El código epistémico es una de las bases argumentales del libro. ¿Los unicornios sólo existen en la mente del calculador? Es la disyuntiva entre realidad y ficción, pero también entre lo mimético y lo antimimético. Así, el guardián de la ciudad marca los ojos de los visitantes para poder leer cráneos en la biblioteca. Al terminar su trabajo, la herida cicatrizará por sí misma, porque tan sólo representa la marca del lector. La única restricción es que con esos ojos no puede mirar el sol. “Me pregunto, si hace tiempo, no habremos vivido todos en un lugar completamente distinto, si no habremos llevado todos una vida completamente diferente. Y si, por una razón u otra, estas vivencias no se han borrado de nuestra memoria y vivimos ignorándolas” (página 54).

Tanto los huesos, como la cavidad de la frente, le provocan una sacudida en su corazón, como le ocurrió al ver el rostro de la chica. Sin embargo, no puede discernir si es un retazo de memoria o una ilusión causada por una deformación del tiempo y el espacio. Tras acomodarse en la ciudad amurallada, el lector de sueños se reencuentra con su sombra y empieza a hablar con ella. Y ésta le dice que lo siguiente que va a perder es su corazón, y así quedará definitivamente integrado en la ciudad. La bibliotecaria le confiesa que ella tampoco tiene corazón, que nadie lo tiene en la ciudad. El lector de sueños entra en el bosque, otro lugar mágico en los mundos ficcionales de Murakami, y dice: “Las gigantescas ramas de los árboles se extendían sobre mi cabeza tiñendo el bosque de unos tonos sombríos que recordaban el fondo del mar. Al pie de los árboles, asomaban setas de diversos tamaños y colores que parecían fruto de una siniestra enfermedad cutánea” (página 170). También se acerca a la central eléctrica que suministra luz a la ciudad, y allí conoce al encargado de un lugar que es como el cerebro. Poco después, pretende escapar llevándose a su sombra, que está a punto de morir, y se unen las dos historias paralelas. El lector de sueños huye para recuperar su sombra y no perder el corazón (gracias a la ayuda de la bibliotecaria), y el calculador de la historia real podrá librarse de la trama criminal en la que se encuentra envuelto.

¿Existen los dragones, las sirenas, los unicornios? Ésa es la pregunta que se hace en la biblioteca. En el fondo, es la gran pregunta de la novela. ¿Existen tales animales en algún rincón de la conciencia? En lo más profundo de ella, todos tenemos una especie de núcleo, inaccesible para nosotros mismos, y en su caso es una ciudad. La cruza un río y está rodeada por una muralla. Sus habitantes no pueden vivir fuera, sólo son capaces de hacerlo los unicornios. Esos animales absorben, misteriosa y sabiamente, los “egos” de los habitantes de la ciudad y los conducen al otro lado.
¿Les recuerda a algo todo esto?

(Artículo publicado en "El Diario Progresista", el 14 de Enero del 2011) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario