domingo, 7 de marzo de 2010

Williamson, W. (2007). Borges. Una vida. Editorial Seix Barral. Barcelona




      Uno pensaba que sobre Jorge Luis Borges se había escrito todo, sobre su biblioteca infinita y su pasión por la lectura, sobre esa búsqueda casi enfermiza de la literatura dentro de la literatura, incluso sobre su carácter taciturno y un tanto misógino que le llevó a vivir enclaustrado en esa biblioteca imaginaria con la sola compañía de su madre y su gran amigo Bioy Casares. Y puede que esto sea así, pero también puede que no lo sea o que no lo sea exactamente como lo he planteado.
            Edwin Williamson nos ofrece en este libro una visión diferente de la vida de Borges. Williamson es titular de la cátedra Rey Alfonso XIII de estudios hispánicos de la Universidad de Oxford y un reconocido experto en Cervantes y en la historia y la literatura argentinas. Entre sus libros figura “The Penguin History of Latin America”.
            En sus más de 600 páginas, este libro hace un repaso de la vida de Borges relacionando la historia de Argentina (y las esporádicas salidas del autor al extranjero durante buena parte de su vida) con su producción literaria y, sobre todo, con sus amores, que fueron abundantes. Este planteamiento ofrece una explicación plausible a la mayoría de sus cuentos, relatos y poemas. La obra de un creador no puede quedar al margen de sus tribulaciones vitales, y Borges no fue una excepción, a pesar de que la mitología que ha surgido respecto a su persona nos haga pensar en un hombre que nunca abandonaba su torre de marfil.
            Borges amó mucho y no fue correspondido la mayor parte de las veces. Desde sus primeros amores de juventud hasta la consagración definitiva al lado de María Kodama, conoció a una gran cantidad de mujeres, y una en concreto le dejó una huella que no fue capaz de borrar: Nora Lange, la gran musa de los escritores vanguardistas argentinos de los años veinte del siglo pasado, la mujer que prefirió a otro gran monstruo de la literatura argentina, Oliverio Girando, ese poeta maravilloso que escribió que nunca podría amar a una mujer que no supiera volar. El efecto de su amor por Nora Lange fue tan grande que es posible que Borges no pudiera desprenderse de él en toda su vida. Desde luego es el leitmotiv de uno de sus cuentos más hermosos: “El Aleph”, y eso que habían transcurrido más de veinte años desde que ella le dijo que prefería a Girando hasta que él se decidió a escribir el relato. En él se burla de un poeta mediocre, Carlos Argentino, mientras que comienza a asistir con asiduidad a la casa de una amiga muerta, Beatriz Viterbo, un trasunto de Nora Lange, pero también de la Beatriz de Dante e incluso de la Dulcinea de don Quijote. Y en esa casa encontrará la esfera que recoge todo el mundo en dos centímetros de diámetro, el mundo que es todos los mundos, el amor que es todos los amores, el número que es todos los números, el aleph, la primera letra del alfabeto hebreo y de los cabalistas.
            Williamson va repasando la producción de Borges, tanto poética como cuentista y ensayista, sin olvidarse de la que pudo ser la gran novela de su autor, “El Congreso”, pero que tampoco pasó de un relato. En estas páginas asistimos al alumbramiento de “Fervor de Buenos Aires”, el primer libro de poemas de Borges, del segundo “Los días y las noches” y de su primera experiencia como cuentista: “La historia universal de la infamia”. Lo que vino después aparece siempre relacionado con la evolución histórica de su Buenos Aires natal, pero también con las vicisitudes políticas, económicas y sociales de Argentina. Y esta visión se completa con las propias lecturas del autor y con sus continuos desengaños amorosos que le llevaron a pensar en ocasiones que la felicidad terrenal era imposible de conseguir, por eso sólo tenía sentido la felicidad espiritual, la que le puedan proporcionar los libros y su papel en la evolución de la literatura.
            En la vida de Borges habrá ángeles como pudo haber árboles, y sobre todo hubo literatura como lector y luego como escritor, y la búsqueda de la amada, más simbólica que real y que al final de su vida pudo recrear tanto en Islandia como en la ciudad de Ginebra.
            Borges ha sido autor de autores, el primer representante de lo que se ha dado en llamar un escritor “postmoderno”. Sin su obra y su persona, las bibliotecas de este mundo estarían mucho más vacías.

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